sábado, 24 de agosto de 2019

A modo de prólogo: Verbar o no verbar

Verbar o no verbar*





A veces las personas que todxs piensan que no harán nada,

son las que hacen cosas que nadie había imaginado.

Alan Turing


El texto se actualiza de acuerdo a lxs lectorxs

“En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio, en Dios...”(1), sostiene el profesor, semiólogo y escritor Umberto Eco en el comienzo del prólogo de su novela El nombre de la rosa. Las palabras que pronuncia el ya anciano Adso de Melk parafrasean el comienzo de la Biblia (“En el principio era Dios, y Dios era todo...”). El verbo representa para Eco “la palabra”, lo que dios es en torno a la vida de los monjes de la historia o de muchas personas. El Adso adolescente protagoniza, durante unos días, una serie de hechos vinculados a “un libro que mata o por el que la gente mata”. Acompaña a un respetado monje franciscano, William de Baskerville, su guía espiritual, que acarrea un pasado de inquisidor y es aficionado a la Astrología. Allí, en el monasterio benedictino del siglo xiv, sus creencias comienzan a corromperse por la tragedia que se desata y por un encuentro sexual que lo marcará para el resto de sus días: “Ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa, participando así de la luz inefable de las inteligencias angélicas, en esta celda del querido monasterio de Melk, donde aún me retiene mi cuerpo pesado y enfermo, me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles, que me fue dado presenciar en mi juventud, repitiendo verbatim cuanto vi y oí, y sin aventurar interpretación alguna, para dejar, en cierto modo, a los que vengan después (si es que antes no llega el Anticristo) signos de signos, sobre los que pueda ejercerse la plegaria del desciframiento”(2). Será en la palabra escrita donde abrigará sus sueños por transmitir los hechos que lo han marcado durante los seis días que acompañó a su maestro William en aquella abadía (“de la que mejor es no mencionar su nombre”) porque confía en que su texto será decodificado por “lxs que vengan después”. El Adso anciano intuye que alguien, esxs futurxs lectorxs, adecuarán el texto, lo modelarán a su antojo y reconocerán los “signos de signos”. 

         El libro de Eco es un paradigma clarificador de la lucha por el verbo (la palabra): un grupo de monjes estudiantes quiere nutrirse de palabra en libros y en manuscritos que veteranos monjes prefieren resguardar: censurarles la posibilidad de nutrirse, de aprender. El despropósito de la lucha por el poder de quienes arbitran qué está bien leer y qué no, qué es acorde transmitir y qué conocimiento es mejor preservar. Quienes ostentan ese poder entienden, saben, que lxs lectorxs se modelarán con el lenguaje propuesto por el texto, que lo adoptarán a sus conocimientos e imaginación, y eso, en ese caso, es peligroso. Pueden prohibir la lectura, pero no pueden controlar el vuelo de la mente, de los sentimientos ni de los pensamientos. “Hay un lugar a donde puedo ir (…) Y es mi mente, y no hay tiempo cuando estoy solo”(3), interpretaron The Beatles en su primer disco, como para dejar en claro una de sus tantas declaraciones: ser en las palabras de sus canciones. Allí, en la mente, hay un lugar.

El relato, ya sea a través del cuento, de la fábula, de la metáfora, era el placer que permitía saber y conocer, descubrir qué historias encendían la existencia de los escuchas, qué lugares y pueblos los circundaban, qué misterios se escondían en el más allá de lo probable. “Un texto se emite para que alguien lo actualice”(4). “El encuentro entre dos mundos”(5), el mundo real que lxs escuchas conocían y un mundo plagado de leyendas, de mitos, de misterios y de ensueños que deseaban descubrir. “El ensueño es un silbido más en el viento”(6) escribió y cantó el poeta y músico Luis Alberto Spinetta. Ese silbido sublime que permitía, permite, transportar el escuchar hacia un conocer y saber que imperfectos alcanzan una perfección absoluta: el placer.

Lxs lectorxs modelxs

Lxs lectorxs modelxs, lxs escuchas ideales, no existen como tales. Se forman a partir de un texto que no es modelo ni ideal de nada. Es un resumen de palabras construidas por una gramática y por una sintaxis determinadas, que deberán responder a lo que establece una Academia de Letras (para la lengua hispana, la Real Academia Española) y a las variables que lxs autorxs les impriman, y es también un resumen de sentimientos motivados indistintamente por la imaginación (de lxs lectorxs) que paralelamente al relato nutre la lectura (o el oído, según sea). De acuerdo a la complejidad de la sintaxis y de la gramática, se podría enunciar que lxs lectorxs, valiéndose de estos esenciales instrumentos de construcción, pueden acceder a todo tipo de textos, pero también puede hacerlo quien desconoce ciertas reglas de construcción semántico-sintácticas y, aunque no esté debidamente preparado para ello, logre ennoblecerlo. Un libro de Franz Kafka como La metamorfosis, quizás por su simpleza gramatical y por su vuelo argumental, es un texto que puede disfrutar tanto una persona instruida como una que no, si bien no de igual gusto, sí de intenso agrado. Pero qué sucede cuando, como sostiene Eco, se lee El proceso de Kafka como una novela policial. “Legalmente podemos hacerlo, pero textualmente el resultado es bastante lamentable. Más valdría usar las páginas del libro para liarnos unos cigarrillos de marihuana: el gusto sería mayor”(7). Un mismo autor, Kafka; dos textos diametralmente opuestos, por su simpleza o complejidad y por su extensión; lectorxs que pueden comprender uno y otro; lectorxs que pueden comprender uno u otro, indistintamente de su preparación académica y de su imaginación.

¿Lxs lectorxs modelxs fueron definidxs por lxs autorxs? Seguramente no. Hay códigos que lxs autorxs emplean, que esgrimen en su relato que lxs lectorxs podrán o no decodificar. Esos mismos códigos que ciertos lectorxs no advierten, otrxs sí y otrxs lo adecuarán a sus conocimientos. Eco proponía armarse un porro con las hojas de El proceso antes que someterse a una lectura de una obra compleja y sabia como si fuera un relato policial. Aquí surge otra manera de lectura modelo, adecuada por lxs lectorxs. Y quizás, como determinará una encuesta que se comentará a continuación, la propuesta de Eco de fumarse el finito también podría ocasionar una distintiva forma de concebir un texto.

Consultadas algunas personas sobre los efectos de la marihuana en la comprensión de textos, especialmente en las letras de canciones de rock, lxs encuestadxs sostuvieron que, de acuerdo a el mambo en el que se encuentren, comprenderán al texto-canción de maneras diferentes”(8), incluso con otros tipos de “alucinógenos, fármacos, con alcohol, mezclando algo o todo de ello, o simplemente sin ningún tipo de intoxicantes”(9). (Hago un paréntesis para recordar la insistente persuasión de mis amigos de la juventud que me instaban a escuchar The dark side of the moon o a ver Live at Pompeii de Pink Floyd con unos tragos de más -algo a lo que les hice caso- y unas pitadas de un porrito para poder volar y sentir ciertos placeres que una apertura y un viaje mental podrían regalarme. [Abro llaves a esto: se sentía genial, así, con unas cervezas nomás. Fue un poco más mágico cuando The wall sonó tanto en audio como en el cine, con tres pitadas voladoras y algunas toses, años después, y eso me disparó a sintonizar otro vuelo como si estuviera en el Valle de la Luna, en el Ischigualasto, provincia de San Juan, y sonara The dark side of the moon como debió sonar siempre en mi cabeza]). Esto profundiza, si bien no determina, que lxs lectorxs ideales son tal cuando se acoplan a una lectura determinada, la degustan, la trituran para sí, la devoran y la sienten. Quizás lxs autorxs planifican un determinado target como destinatario de su creación, que se vio adulterado por circunstancias casi imposibles de definir: “El texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar;  quien lo emitió preveía  que se los rellenaría y los dejó en blanco”(10); necesita del guiño de lxs lectorxs porque “un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”(11), porque lxs lectorxs están ávidos de metáforas, tienen el derecho a recibirlas.

El escritor Ray Bradbury se autodefinía como un coleccionista de metáforas más que como un escritor y relató, en una oportunidad, cuando se mudó a California con su esposa: “Vimos las ruinas de una vieja montaña rusa, acostada sobre la playa, con su esqueleto y con sus costillas saliendo de la arena, y entonces le dije a mi mujer: ‘Me pregunto qué hace ese dinosaurio acostado ahí en la playa...’(12). Lo convertí en una metáfora en el acto. Y a la noche siguiente escuché la sirena del faro que sonaba hacia el océano, y me dije: ‘Claro, el dinosaurio escuchó la sirena, pensó que era otro dinosaurio que lo llamaba, nadó hasta ahí para encontrarlo y descubrió que era una maldita sirena y un maldito faro. Entonces, destruyó todo y murió con el corazón roto en la playa’”. ¿Son lxs lectorxs también coleccionistas de metáforas? Seguramente que sí, porque allí radicará gran parte del viaje en el que su imaginación se recostará. 

Ese blanco propuesto por Eco -los espacios vacíos- también es silencio. “El silencio es el lienzo en blanco, el marco, sobre lo que trabajás; y no tratás de ahogarlo”(13); el silencio como respiración persistente… Uno de los personajes de la novela Acerca de Roderer argumenta: “Todo lo que dijiste… lo sentí yo también, exactamente igual, en la primera lectura. Son, digamos, los aciertos, lo que está acabado. Pero en una gran obra también es revelador lo que quedó incompleto, o malogrado, las inconsecuencias, la parte de materia que no pudo ser dominada, los puntos de dificultad extrema en que para seguir adelante se debe perder algo. Es inevitable (…) porque toda obra, aun la más compleja, es una simplificación, una reducción. Del infinito caótico, acribillado, de hechos y de relaciones y solo a medias coherente que tiene delante de sí el escritor, a la finitud del libro, los pocos elementos con los que puede quedarse y que debe disponer del mejor modo posible para crear la ilusión, apenas una ilusión, de las magnitudes reales. Eso es lo acabado en el fondo: una simulación racional, un artificio. Pero en las equivocaciones, a través de las grietas, uno puede asomarse a veces al verdadero abismo, a la visión original”(14).

Alumbramiento: Parafraseando a Roland Barthes: “El nacimiento de lxs lectorxs se paga con la muerte de lxs autorxs”.

El texto viaja, el texto nos hace viajar

Con la complicidad de lxs lectorxs, un texto que vio la luz en épocas remotas alcanza su mayor grado de efectividad. No importa cómo llegó, ni a quién fue escrito. Importa, sí, el qué dice, el cómo atrapa. “El libro era la única forma de salirme de eso, de abrirme un poco”(15), argumenta Zohra, una joven mujer franco-argelina que en su infancia había quedado atrapada entre dos mundos: había nacido en Francia y fue criada en la tradición argelina; eso contraponía un sinsabor por la entonces dependencia del país árabe ante su país de origen y la necesidad de la joven por conocer y por saber más que lo que solamente le transmitían su padre y su madre a través de su propia cultura. Zohra leía y viajaba con los libros. Para ella, descubrir la biblioteca “fue un encuentro extraordinario porque yo modifiqué el curso de mi vida”(16). Encontró que las presiones de su padre y de su madre, para mantener la tradición, comenzaron a hacer grietas que enriquecieron su conocimiento, profundizaron su intelectualidad y, al abrir nuevas experiencias, intensificaron sus raíces culturales, incorporadas también a las de sus progenitorxs. “La ensoñación de un hombre, de una mujer o de un niño que han leído posee también una riqueza diferente a la de aquel que nunca ha leído”(17), escribió Michèle Petit parafraseando a Matisse, que argumentaba que “la ensoñación de un hombre que ha viajado tiene una riqueza diferente a la del que nunca ha viajado”(18). Zohra, como incontables lectorxs, descubre a través de la lectura que puede salirse de la cotidianeidad, de sus limitaciones del saber. Puede conocer y entender otras culturas, aprender cosas relacionadas con su sexualidad, imposibles de abordar en su hogar, e incluso volar en su imaginación a través de los relatos que le permiten encontrar el sabor de lo mágico que es transportarse en las alas de la lectura. “La biblioteca me permitía respirar, me salvó la vida”(19), ha definido a modo de sentencia; ese inmenso y fastuoso laberinto de palabras que una Zohra presionada por su entorno encontró en una biblioteca, otrxs lectorxs (angustiadxs, oprimidxs, refugiadxs en el signo de la palabra) lo encontraron en textos encubiertos que, desde una lejanía (ie, lejos en el tiempo o lejos en la distancia), alguien enarbolaba para generar un reverdecimiento de la ilusión.

Leo, luego existo

¿Para qué leo? ¿Para saber? ¿Para comunicar(me)? Petit analiza que “no leemos solamente para dominar la información y el lenguaje no puede reducirse a un instrumento, a una herramienta de comunicación"(20).

             Jenny Cedeño sostiene que “leer es entrar en comunicación con los grandes pensadores de todos los tiempos. Leer es, antes que nada, establecer un diálogo con el autor, comprender sus pensamientos, descubrir sus propósitos...”(21)... ¿Forma de comunicar? ¿Comunicación? Seguramente que sí. En la simpleza del enunciado de Cedeño, se advierte un hilo conector entre autorxs y lectorxs, pero como también dice Petit no pueden lxs lectorxs quedar atrapadxs en usar al lenguaje como  herramienta de comunicación porque “no leemos solamente para llamar la atención en las reuniones o para imitar a los burgueses (entre los cuales, por cierto, no todos leen, lejos de eso)”(22). La comunicación, en todo caso, se acerca más a lo dicho por Cedeño, en cuanto a relacionarnos con lxs autorxs; lograr una comunicación con el texto recibido. Y también al tono de Petit, el significado del cómo arbitramos en comunicar el texto recibido; no tanto en esgrimir qué sabemos, sino en cuanto a abrir un nuevo camino de ensoñación a quien se lo transmitiremos.

“El texto postula cooperación del lector como condición de su actualización”(23). Lxs autorxs, como Neyda Pitt, apelan a su intuición, prevén, calculan lo que desea que sus lectorxs modelxs reciban, pero como sostiene Eco habrá espacios vacíos que serán definidos recién con la lectura y que cada unx de lxs lectorxs comprenderán y analizarán de acuerdo a su propia historia, a su propia preparación y, esencialmente, a lo que su imaginación les regale. Ese regalo que cada unx de ellxs administra cuidadosamente no siempre resulta como lxs autorxs idearon, ni como cada unx de lxs lectorxs lo percibió y, además, difiere de acuerdo a la historia (educación, cultura, tradición, creencias, etc.) que arrastra cada unx de ellxs. Y ahí radicará cómo modelará su lectura hacia el rincón que mejor sienta. Lo indica Petit cuando dice que se puede “ser un joven de origen argelino, disfrutar de las canciones que uno escuchaba de niño y ser fanático de Rimbaud y Breton. O una joven de origen turco que vive en un barrio pobre de alguna ciudad francesa y disfrutar de leer tanto a su compatriota Yachar Kemal –porque le ofrece los paisajes y las historias de una tierra perdida– como de algunos pasajes del filósofo Descartes –porque le da la idea de cómo una argumentación bien hecha puede ayudar a rechazar un matrimonio forzado–”(24). Podrías ser alguien del conurbano bonaerense con muy poca preparación, escuchar a U2, haber leído Mafalda, asistir a tertulias de lecturas de poesía, tomar vino en cajita, no conocer otra provincia, ni siquiera el mar argentino y citar sin parpadear a Alejandra Pizárnik: “Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcisar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”(25).

La yapa

Releo textos que ya vi tantas veces, vuelvo a escuchar canciones que escuché de refilón en mi niñez, que volví a sentir de modo cercano en mi adolescencia, que despertaron sensaciones mágicas en mis sensibilidades ya de adulto, y que otra vez, ahora, por citar “Close to the edge”, “Starship trooper” y “Heart of the sunrise” de Yes me hacen descubrir sensaciones que quizás nunca había tenido, o que me llevan directamente al sabor de lo que había sentido la primera vez que las escuché, aunque sin el bagaje cultural que arrastro ahora. Como el Adso adulto, lo que hayan concebido Jon Anderson, Chris Square o Steve Howe, ahora son interpretaciones que se adecuan a otras realidades de mi ser.

La primera parte de los textos de Neyda Pitt llegaron a mí en 2009. Una obra tan exquisita como “El artista” fue detonante para que un fragmento del primer bosquejo apareciera en la introducción de mi triada Tres de un par imperfecto (2014). También fue para animarla a trabajar más el texto que, junto con otros más, conformaron parte de escritos recopilatorios en el tercero de los libros de esa triada: Escritos granizados. Esos textos, más otros, son presentados en la primera parte de Trencadis. La autora se desnuda para que sus lectorxs la sigan, aunque no la comprendan de primera. “Veamos: un texto se borra, se rompe, se pierde, se piensa, se siente, se escribe... A veces, no en este orden. Solo sé que nadie es testigo de mis noches literarias. Vos, lector, lees y recreas... y agregas matices, convirtiendo en tuyo esto que ya es tan lejano a mí”, cita en “El lector”. Ella ha podido tachar, reescribir, sugerir, matizar, descomponer y definir cada texto de acuerdo a sus pasiones, y también por la obstinación que la hizo transformar algo ya casi terminado en algo más sustancioso. “No puedo hacerme cargo de lo que piense mi lector. No. ¡NO! Todo es parte de un proceso creativo. Sin embargo, lo construyo a través de mi literatura. Un ser con ideas preconcebidas, capaz de entender mis silencios, mis mensajes ambiguos, mis puntos suspensivos, con un cierto nivel de uso de su masa cerebral. Una vez que la palabra la escribí ya no me pertenece ni en espacio ni en tiempo”, sentencia en “Lo que ves es lo que hay…”, en la segunda parte de estos textos tan fecundos.

Neyda Pitt se refleja a sí misma como la pasión por la escritura, explosionada por su avidez de lectora compulsiva, por su creatividad latente y por su desfachatez de soñadora eterna. “La peor de las muertes es la que vive agazapada entre los pliegues de la rutina. La que se apodera de nuestra existencia sin que podamos advertir su presencia. La que nos va consumiendo hasta transformarnos en seres animados, pero sin verdadera vida", escribió Daniel Fernández Strauch en Regreso a la montaña (26). Neyda es de aquellxs seres que no conocen de rutinas ni de muertes. Sus muertes, al publicarse sus textos, alcanzan la trascendencia en sus lectorxs. Ella, como Fernández Strauch –uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes en 1972– regresa a la inmensidad de su montaña de creatividad para entender que es un insignificante ser y lo es todo a la vez, porque siempre es en ella. "La resistencia del cuerpo es limitada. Pero la fuerza de una mente bien equilibrada es inagotable. (...) Una persona insegura, inestable, en definitiva, una persona que no tenga confianza en sus propias capacidades jamás podrá confiar nada a nadie. (...) Suele proyectar en los demás sus propias inseguridades: quienes deberían ser su apoyo y su sostén son con frecuencia víctimas de humillaciones, de escarnios y de burlas. (…) Se relaciona con sus semejantes a través del temor y de la necesidad. La desconfianza es para ella un ámbito natural. (...) En cada uno de nosotros habita un gigante: solo tenemos que despertarlo y ponerlo a prueba. Llamarlo por su nombre y decirle: 'Vamos a hacerlo'. Quizás se nos vaya la vida en lograrlo. Quizás no lo alcancemos y debamos pasarle la posta a la siguiente generación. No importa. Lo importante es animarse a salir del estadio larval, del automatismo conformista, de nuestra zona de comodidad, para descubrir el potencial que habita en nosotros y en los otros"(27). La resistencia de Pitt es a prueba de machismos, de feministas, de vulgaridades, de textos que le quitan el aliento a sus ojos de tanta suciedad léxica. Con Neyda supimos construirnos un pasaje de mandalas a través de nuestras charlas y de múltiples debates, como cita en “Nota de editora”, que vuelvo a citar en la contratapa de Yo quiero ver un tren (2019): “Abrió caminos de creatividad, de utopías, de redes; puentes que nos unieron en debates conceptuales, genéricos, estructurales, gramaticales, donde Bukowski, Robbins, Cortázar, Borges, Miller, Maritano, Pizárnik, Girondo, Rimbaud, Artaud, Soriano, Gelman y Vitelleschi se colaron para endulzar las prolongadas tertulias entre mates, tererés, vinos y verduras”; supimos confeccionar una triada de cuentos, de poemas y de escritos (entre 2009 y 2014), trabajar juntxs en mi nuevo libro (hizo las fotografías de tapa, de contratapa y la mía; participó con un texto -“Forastera”-, que me permití sugerirle formara parte del cierre de este, su primer libro de autora), y ahora en este doble Trencadis que despierta más colaboraciones por venir. 

A modo de cierre 

Los años-siglos pasan, las historias pasan, los textos quedan, se revitalizan en cada unx de lxs lectorxs y se modelan de acuerdo a ellxs. Un manuscrito del siglo iv ac alcanza interpretaciones disímiles en la visión de lxs seres humanos del siglo ii ac, como de la Edad Media o de la Edad Moderna, y puede incluso hasta comprenderse, su esencia, de la misma manera en lxs lectorxs del siglo ii ac como del moderno, y diferir en ambos casos de la comprensión que le dan lectorxs de la época media o del siglo iv ac. Cada unx de lxs lectorxs idealizará sus textos, lo modelarán de acuerdo a sus vuelos de ensoñación, pero también habrá diferentes circunstancias, como el conocimiento y sus propias historias, que harán que sus propias lecturas sean únicas e irrepetibles. Como cuando alguien observa una película en el cine. Dependerá de las circunstancias que lx rodean cómo interpretará esa película. No será lo mismo ver Conduciendo a Miss Daisy(28) –cuyo guion aborda la problemática relación de una anciana con su hijo, con su nuera y con su chofer– si unx estuviera feliz como si acabara de perder a su abuela o si su madre estuviera en un geriátrico. Cada unx de lxs espectadorxs modelará el filme a su gusto, a su propia historia y a su propio vuelo. Por eso, cuando se recomienda una película o un libro, dependerá siempre de distintos factores que ameriten su visión o su lectura y que, tal vez, seguramente, tendrá interpretaciones coincidentes en un punto y distintas en otro. Eco sostiene que hay códigos que lxs lectorxs modelxs tienen que conocer de sus autorxs modelxs; simplemente, para entenderlxs mejor. Pero también, como argumenta Petit, la imaginación deberá cobrar un simbolismo necesario, el simbolismo necesario. Porque la imaginación, el vuelo, la ensoñación, lleva, transporta, “a otro lugar, hace surgir el deseo”(29). Y el deseo no tiene límites, construye un camino de búsqueda que solamente lxs lectorxs pueden coartar. En ese vuelo, “las palabras adquieren otras resonancias, despiertan otras asociaciones, otras emociones, otros pensamientos”(30). Las palabras permitirán descubrir el sentido –que será obviamente muy personal– de alcanzar el gozo.

Comienza a sonar “Homeworld-The ladder” mientras cierro este garabato de ideas para este desbordante libro de propuestas tan actuales y tan voladas, donde Neyda Pitt está cerca del borde, en su nave espacial hacia el corazón del amanecer, en su escalera al cielo donde sus textos son caricias de luz.


Diego Tedeschi Loisa




* El sábado 24 de agosto de 2019, se presentó el libro Trencadís, de Neyda Pitt. Fue a través de la editorial Textos Intrusos y el libro tenía dos partes: "Filosofías del arte" y "Formato del artificio del filoso".
Fui editor y corrector de los textos y participé con el texto que compartí aquí, que fue "A modo de prólogo" de la parte A: "Filosofías del arte".


Notas:

  1. Eco, Umberto. El nombre de la rosa. Barcelona, Lumen, 1980, pág. 11.
  2. Eco. Ibidem. pág. 11.
  3. Lennon, John; McCartney, Paul. “There’s a place”, Please please me, Londres, 1963.
  4. Eco. El lector modelo. Barcelona, Lumen, 1987. pág. 77.
  5. Petit, Michèle. Elogio del encuentro, Cartagena de Indias, 2000. pág. 1.
  6. Spinetta, Luis Alberto. “Dale Gracias”, Alma de diamante, Buenos Aires, 1980.
  7. Eco. El lector modelo. op. cit. pág. 87.
  8. D.E.T. Co. Encuestas sobre “Cannabis y otros alucinógenos”, California, 1999.
  9. D.E.T. Co. op. cit.
  10. Eco. El lector modelo. op. cit. pág. 76.
  11. Eco. Ibidem. pág. 76.
  12. Fondevilla, Fabiana. “Entrevista a Ray Bradbury” en Viva, 2001. pág. 26.
  13. Richards, Keith. Vida. Barcelona, Global Rhythm Press, 2010.
  14. Martínez, Guillermo. Acerca de Roderer. Buenos Aires, Planeta, 1992. pág. 71.
  15. Petit. op. cit. pág. 15.
  16. Petit. Ibidem. pág. 15.
  17. Petit. Ibidem. pág. 15.
  18. Petit. Ibidem. pág. 6.
  19. Petit. Ibidem. pág. 2.
  20. Petit. Ibidem. pág. 14.
  21. Cedeño, Jenny. Saber leer, Guatire, 2000. pág. 1.
  22. Petit. op. cit. pág. 14.
  23. Eco. El lector modelo. pág. 79.
  24. Petit. op. cit. pág. 12.
  25. Moia, Martha Isabel Moia, “Entrevista a Alejandra Pizárnik” en El deseo de la palabra, Barcelona, Ocnos, 1972.
  26. Fernández Strauch, Daniel. Regreso a la montaña. Una guía de supervivencia espiritual. Buenos Aires, Ediciones B, 2012. pág. 63.
  27. Fernández Strauch. Ibidem. págs. 41-44.
  28. Driving Miss Daisy, Bruce Beresford, 1989.
  29. Petit. op. cit. pág. 14.
  30. Petit. op. cit. pág. 15.

Mucho más que dos

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