viernes, 27 de marzo de 2020

El arte sana y salva

 

El arte sana y salva*





Prendo un fasito, me sirvo una copa de un Otard-Dupuy –regalo de mis amigxs de Sueño Azul– y trato de pensar y repensar, bien hacia adentro, pero bien para afuera, sobre esta realidad que me (nos) toca en “suerte”: aislamiento total.

La ansiedad es una amiga constante, también la euforia y el bajón. Ayer, luego de cinco días de estar encerrado, caminé ciento cincuenta metros hasta el supermercado. Me hiperventilé, o lo que yo crea que eso significa. Tanto aire puro, tanta luz, el sol, me mareó. Volví a los veinte minutos al encierro de esta cuarentena entre mis plantas, mi música, mis escritos, mis libros y las series infaltables de Netflix.

Afloran las vibras positivas, claro. Las que me conectan con la empatía, con la solidaridad, con las ganas de ayudar “sin salir de casa”, con el amor a distancia por tantos abrazos y besos que llegarán en un futuro no tan lejano. Y en este repensar las cosas, aparecen ondas dispares. Por un lado, la lejanía de tanta gente que “no quiere pálidas”, que “no se informa”, que “visita a personas mayores de 60 como si nada”, que “deambula entrando y saliendo de su casa porque no es nada tan grave”. Y eso me lleva a reflexionar en torno a unas frases que escuché en estos días: “Mucha gente va a morir sola” si no hacemos las cosas bien, porque nadie va a poder acompañarla en un hospital ni tomarle de la mano; “La gente se va a dar cuenta cuando la morgue se llene de cadáveres”; “Se van a acumular, como en una novela apocalíptica, cuerpos en las calles”. Afortunadamente, por otro lado, hay un compromiso tan fuerte de tanta pero tanta gente que mi angustia se transforma en un amor profundo por la humanidad.

Y así me quedo volviendo a escribir mis poemas; a releer esos libros que me transforman: “Regreso a la montaña”, “El zen del té”, “La novena revelación”; a escaparme en las bios de tantxs artistas que me inspiran como Tina Turner, Mercedes Sosa, Elton John, León Gieco, The Beatles, The Rolling Stones, Rod Stewart, Joaquín Sabina o los múltiples libros que hay de Charly García; a las páginas de tantxs autorxs que enmarcan nuestro andar constante: Cortázar, Ioshua, Galeano, Pizarnik, Alfonsina, Orozco, Gelman, Rimbaud, Vitelleschi, Spinetta, Saer, Borges; a desear que llegue mi primera clase de ukelele; a escuchar tantas discografías o las playlist que hice en Spotify sobre mis libros o de quienes soy fan (casi todas llevan detrás de los nombres “a full”, por si querés buscarlas), y ahí sí que me dejo ir, y pienso, repienso mucho más.

Pienso, primero, en el estigma que empiezan a cargar quienes son positivxs del coronavirus, esa tremenda necesidad de discriminar a quienes solo son víctimas, como el estigma que –créase– aún cae con tanta saña en quienes viven con VIH; pienso en el encierro de quienes están privadxs de la libertad y hacinadxs en pabellones y celdas; pienso en quienes no se animan a ser lo que deberían ser; pienso en quienes están más pendientes del “qué dirán” que de lo que quieren; pienso en los placares abiertos de tantas sonrisas nuevas y de tantas sombras que se esfumaron por esa luz al animarse a la visibilidad; pienso en la importancia del abrazo, del silencio, del escuchar, del aceptar las diferencias de quien es distintx; pienso en que aún podemos hacer un mejor mundo, un mejor país, una mejor ciudad, un mejor pueblo o barrio, una mejor cuadra. Desde este aislamiento, pienso en el arte como un gran recursero para “sobrevivir” a un encierro temporal: todo lo dicho y más: “los vivos” de IG son alegría para el alma; sentarme sobre una manta, pies descalzos, un sahumo de eucaliptus, laurel, acacia y álamo para quemar las malas vibras, la música de Enya, de Loreena McKennitt, de Kitaro para irme en una taza de un té de hierbas y en un mantra que cada quien deberá encontrar como lo encontré andando una calle salteña hace unos años. Porque ahí, en el arte, como el que mis compañerxs de Cultura transitan y revelan cada día, hay una energía que no puede detener un aislamiento. Por eso vienen a mí aquellos versos del adorado León Gieco: “La cultura es la sonrisa que brilla en todos lados… La cultura es la sonrisa para todas las edades… La cultura es la sonrisa que acaricia la canción… Solo tengo que invitarla para que venga a cantar un rato… Ay, ay, ay, que se va la vida, mas la cultura se queda aquí”.

El arte sana y salva. Desde el arte podemos hacernos alas al vuelo de las transformaciones. Y en esa transformación podemos pensar y repensarnos aún más. “El amor es la respuesta”, escribió y cantó John Lennon. Desde ahí, podemos transformarnos, como escribió y cantó Charly García con Serú Girán. Ahí me gusta repensarme. Pongo el tema, me sirvo otra copa, apago el faso para mañana, y me dejo ir en la “Transformación”: “Cada vez que trates de matar, quizás estés matando a quien te trata bien. Cada vez que quieras disfrazar, todos esos disfraces abrirán tu piel. Y cuando estés cansado de sangrar, ese vacío ya no te hará mal. / Volveré a abrir tu corazón, aunque pasen mil años te daré mi amor. Volveré a abrir tu corazón, aunque me desintegre en la transformación. Y cuando estés cansado de llorar, verás que ya no hay nada que cerrar. Volveré a abrir tu corazón”.


Diego Tedeschi Loisa





Mis compañerxs de la Secretaría de Cultura de la Federación Argentina LGBT+ (FALGBT+) me convocaron para que me inspire y cuente cómo llevo esta cuarentena desde el arte, a fines de marzo de 2020, que fue publicado en la sección "Crónicas y Reseñas" de la Secretaría, en la web de la FALGBT+.

Y como el arte sana y salva, a los "tres párrafos" que me pidieron, yo, como siempre, lo convertí en algo un poco más extenso.

Mucho más que dos

  Mucho más que dos Y si yo puedo abrir un camino, voy a hacerlo, voy a hacerlo, voy a hacerlo. Celeste Carballo En 1989, durante la emisión...