lunes, 14 de septiembre de 2020

Carta de amor

 Carta de amor*



Hola: 

            ¿Cómo arrancar?, ¿por dónde arrancar?, para poder contarte que… –perdón, tuve que servirme algo fuerte porque no es tan fácil despojarme de todo este sabor intenso que me quema -como esos locotos que hacen sangrar los ojos de tanta pasión- y que ya no puedo guardarme–. Sí, así es… ¡quema!

            Fueron tantas copas que evitaron que pronuncie la palabra perfecta, que no sabía si tus oídos querían escuchar. Fueron tantas noches de ensoñamiento perpetuo, de estrangular mis sentidos para apagarme en las cunas de Morfeo, de dar miles de vueltas, y otra vuelta más, entre las sábanas empapadas de tanto sudor de amor.

            Te dejo escapar cada día un poco más porque al mirarte las palabras se endurecen, me seco, me aturdo, bajo la vista aunque me enternece mirarte; la bajo también porque tus ojos me queman. Ya sé que está bueno que alguien aún se sonroje, como me dijiste aquella noche de aguas saborizadas a orillas del riacho aquel. No supe qué hacer, mis manos fueron a la botella y la botella me besó, para que mis labios no volvieran a sentir mi lengua rozarlos al mirar los tuyos entrecerrarse para beber también, como escapándote de lo que ambos queríamos y no iba a suceder.

            Cuántas vueltas más tuve que dar (tengo que dar) y siempre vuelvo al mismo lugar. Punto cero. Estás en mí aunque no estés aquí. Estás aquí aunque no estés para mí. 

            Se me corta la respiración cuando te enfrento, cuando sé que sonreirás, cuando sé me asusta pensar que quizás pueda ser otro día igual entre tus cruces. Para mí no lo es. Nunca lo es. Sé que puedo fantasear y que aquellas utopías del “amor perfecto”, del “para siempre”, se diluyen con los años. Pero también sé que nuestros errores, de habernos marchitado en tóxicas vinculaciones, nos puede hacer crecer. En mí lo fue. Lo que brota de tus labios parece indicarlo también. No entiendo por qué no puedo despertarte para que te rindas a mis brazos, al cobijo de mi cuerpo, al latir de mis besos, al color de la aventura.

            Busco algún verso en algún poema que pueda reflejar lo que mis palabras no saben pronunciar. Recuerdo el libro de Dominique Salanz, el segundo, que me recomendaste aquella tarde de mates en el parque, como si tu boca solo hablara para mí, como si el resto de los chicos solo fueran como esas estatuas de aquel viaje que hiciste a Grecia, desde donde me mandaste la mejor de tus fotos, a pesar de la poca iluminación y del fuera de foco, porque pensaste de alguna manera en mí; como cuando me nombraste Miradas de luna en aquella noche griega, a orillas del Egeo, con tu cuerpo ávido de vino, y el mío, con destellos de tu luz, en esa otra foto que te tomaste “para mí”, donde mar y luna se besaban al compás de la canción que sonaba en mi celular.

Nos cruzamos una vez.

Una sola vez.

Tu mirada de luna quiso despertar mi corazón.

Nunca supiste (no tenía por qué saberlo)

que ya estaba destinada a las sombras

donde no crece ya flor.

 

Cuando comencé a leerlo, sentí que el “Poema XIII”, esos breves versos, resumían nuestra historia que aún no había comenzado, que ¿iba a comenzar?

En este instante, como para entonarlo todo, suena un violonchelo que detiene mis pensamientos porque la música hace sentir. ¿Te acordás de aquella noche en la terraza de Pincen?, quedamos casi enfrentados, porque era un único rincón donde el viento no cortaba la piel. Fumamos esa tuca sin dejar de reírnos por el fiasco show que había improvisado ese chico que creía –y te cito– “que ponerse un mantel como vestido y unas pinturas en la cara podía ser la Vittar”. Sí, le faltaba un poco. “¡Bastante!”, acentuaste y nos echamos a reír. Moría por besarte, solo la mirada de la luna nos abrazaba, ¿nos empujaba? a hacerlo. Pero nos quedamos congelados, robándonos miradas y dejando caer los ojos hacia el suelo. Y ese instante, tan perfecto, nos dejó eternizados en las sombras de aquella pared, que por el efecto de aquella intensa luna llena, se tocaban de verdad.

Hoy te pensé todo el día. Te pensé demasiado porque tenía que elegir las mejores palabras para dejar de dar tantos giros sin sentido. Tu primavera está en el mejor jardín de flores: colibríes que endulzan las mañanas, abejas que danzan al compás de los besos del sol, algunos grillos que no callan, tu luz que lo enciende todo. Yo atravieso un otoño lento porque tiene sus días de verano a fuego y de primaveras sonrientes. Pero frente al espejo sé que no me escondo para llorar. Sé que es tiempo de atreverme a un poco más que perderme en tantas palabras donde las metáforas no pueden ocultar el pentimento del camino que va. 

Siento todo por vos. Siento que me ahogo si no puedo decírtelo con mi voz. Esta carta es un anuncio de encuentro con el riesgo de un “sin respuesta”, aunque no lo creo de vos. Jamás tuve miedo de decir lo que sentía, mucho menos a alguien que deseo con tantas ganas, infinitas, de compartirlo todo. ¿Será que podré atreverme? ¿Por qué escribo estas líneas? ¿Para que estés debidamente informado? ¿Para que puedas decirme que “no” desde otro mensaje? ¡Qué difícil es desnudar nuestros deseos! Sé que sos de esas rocas que no las derrite ni el tiempo ni la erosión de los vientos. Desde tu sombra, te quedás resplandeciendo para no sangrar. Elegiste el silencio como mirada constante, pero quiero sentir tu voz en mí, quiero las caricias de tus susurros, quiero el aliento de tus dedos al rozarme, necesito abrazar tu lengua para que nos dejemos ir como el agua cae en cataratas para luego descansar en el remanso de un río.

Estoy listo para dar ese paso. Entender que es real, que puede asustarnos por un rato nomás. Necesito decirte muchas noches y todas las mañanas ese mantra que he pronunciado pocas veces, pero que espera por vos: “Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo”.

No veo mariposas danzando en mi panza ni pajaritos en torno a mi cabeza. Esa sensación es un poco más abstracta, y es tan intensa, tan perfecta, que me da tanto miedo de que se haga real (qué contradicción, ¿no?), de que tenga que cambiar tantas cosas sin tener que cambiar nada, porque sé que amás la libertad tanto como es respiración constante para mí. Y la vida está hecha de aventuras, de esos mágicos caminos que nos da la libertad para ir en cualquier dirección, siempre hacia un horizonte que nos envuelva en aquello que llamamos “felicidad”. Y ya sé que “la vida son dos días, y uno llueve”, y ya sé que “la felicidad es como un relámpago en medio de una tormenta”, y ya sé que sé tantas cosas que te escuché decir en tantas madrugadas de mates en la estación, apoyados sobre el vagón oxidado mientras tu dulce voz hablaba de Angkor Wat, de la serie Versace y de la Mona Lisa con la misma pasión con la que cebabas esos amargos del cielo o me impulsabas a dejar el pueblo para “que encuentres la felicidad”.

Sé que esta carta es definitiva de muchas cosas. Si bien son muchas vueltas a lo mismo que luego tendré que pronunciarte en vivo, para mirar tus ojos y esperar que tus labios también repitan el mismo mantra, hasta que nos fusionemos en un extenso beso, sé que si nada de eso ocurre, la utopía dará paso a lo real que, en definitiva, como esta carta, es lo que existe, es lo que está.

¿Por qué adelanto tantas cosas? Porque creo que es mi modo de alfombrar con rosas el camino hacia tu ser porque necesito enfrentarte, necesito decirte todo, necesito que quieras ir conmigo a buscar esa felicidad. Rosario está cerca, Buenos Aires nos guiña, Córdoba seduce con tanta alegría. Sabemos que no hay futuro aquí. Sabemos que el placar nos abriga en ensueños, pero no nos deja respirar. Sabemos que aquí seremos morlocks eternos o eloi del agrado constante. Y nada más. ¿Querés eso? ¿Quiero eso? ¡No! Sabemos que no. Por eso necesito abrir la puerta para empezar a caminar. Dejar de huir a la verdad. Dejar de huir al qué dirán. Dejar de huir a la pasión si es lo que nos ha enganchado tanto tiempo, la que nos hizo darnos cuenta que al bajar los ojos, estábamos diciendo todo. 

Recuerdo cuando vimos Rita y nos echamos a reír cuando Jeppe espera al vecino tanto tiempo para decirle solo “Hola”. Nos reímos tanto. Y dijimos lo mismo: “¿Por qué tanta vergüenza de decir lo que siente?”. Y nos quedamos estáticos mirándonos unos segundos, que parecieron horas, hasta que los dos bajamos la mirada. Sabíamos todo y seguimos como si nada. 

Amor, eso es lo que representás para mí. Ese jugo que nos da la vida para degustar, como esas naranjas tan perfectas que llevo a mi boca cada mañana. Por eso te digo “Amor”, porque ya es tiempo de que digamos las palabras como suenan de verdad. 

Estas líneas te estarán esperando detrás de la puerta cuando llegues y…

Acabo de recibir un mensaje tuyo para que nos veamos esta tarde, que necesitás decirme algo muy importante. ¡Ufffff! 

Bueno, creo que fui lo más sincero, y quizás estemos en sintonía. Y si no lo es, será como el poema de Dominique, “La sal del tiempo”, ¿te acordás?

Cuando sientas que atraviesas las miradas

para llegar donde no es,

no huyas del camino,

no seas un mendigo del amor.

Atraviesa puentes, campos, mares, ríos,

deja que la sal del tiempo condimente tu pasión,

y encuentra la mirada que se cruza con la tuya.

 

                Fer, te veo a la tarde en la plaza.

 

                Con inmenso Amor,

 

 

Martín

Vedia, 20/07/20

 


Diego Tedeschi Loisa



* Invitado por Hernán Casabella, responsable de la editorial Textos Intrusos, participé de un libro colectivo, en el contexto de pandemia, que se presentó a mediados de septiembre de 2020.

En el libro, participaron también el querido Hernán y otro amigo intruso, Pablo Mereb.

A las palabras se las lleva el viento. 27 cartas de amor en papel fue presentado a través de la editorial En el Jardín de la Casa de Román, que coordinan Hernán Casabella y Jorge Hardmeier, y fue presentado en versión e-book el "Día Nacional del cartero".

"En estas páginas, la palabra amor se cansa de ser usada y pide a gritos variaciones, nuevas compañías, reemplazos. Chasquea sus dedos sucios de ceniza exigiendo ser rescatada. Juega a las escondidas y se mete entre los huecos que dejan las guerras absurdas, la buena tristeza, las mujeres totales, la lluvia del mundo. Apela a la ayuda de Zitarrosa, Walsh, Pessoa, Pauls; atraviesa desnuda olas de aguas plateadas, cercanas, fantásticas. Se acomoda con ironía y tristeza en uno, dos, mil bancos de plazas. Se enreda con las sábanas húmedas y aspira el humo espeso del tabaco en plena madrugada o en medio de la noche oscura, abismal, para parirse, al fin, convertida en carta", escribió Macarena Moraña en el prólogo, de un libro profundo en despojos.

"Este libro es un sueño plural y que muestra, quizá, que la mejor definición de lo amoroso se trata de aquello que construimos con el otrx", como dice Marina Porcelli en el epílogo de este exquisito libro de cartas de amor.

Mucho más que dos

  Mucho más que dos Y si yo puedo abrir un camino, voy a hacerlo, voy a hacerlo, voy a hacerlo. Celeste Carballo En 1989, durante la emisión...