El arte sana y salva*
Prendo un fasito, me sirvo una copa y trato de pensar y repensar, bien hacia adentro, pero bien para afuera, sobre esta realidad que me (nos) toca en “suerte”: aislamiento total.
La ansiedad es una amiga constante, también la euforia y el bajón. Ayer, luego de cinco días de estar encerrado, caminé ciento cincuenta metros hasta el supermercado. Me hiperventilé, o lo que yo crea que eso significa. Tanto aire puro, tanta luz, el sol, me mareó. Volví a los veinte minutos al encierro de esta cuarentena entre mis plantas, mi música, mis escritos, mis libros y las series infaltables.
Afloran las vibras positivas, claro. Las que me conectan con
la empatía, con la solidaridad, con las ganas de ayudar “sin salir de casa”,
con el amor a distancia por tantos abrazos y besos que llegarán en un futuro no
tan lejano. Y en este repensar las cosas, aparecen ondas dispares. Por un lado,
la lejanía de tanta gente que “no quiere pálidas”, que “no se informa”, que
“visita a personas mayores de 60 como si nada”, que “deambula entrando y
saliendo de su casa porque no es nada tan grave”. Y eso me lleva a reflexionar
en torno a unas frases que escuché en estos días: “Mucha gente va a morir sola”
si no hacemos las cosas bien, porque nadie va a poder acompañarla en un
hospital ni tomarle de la mano; “La gente se va a dar cuenta cuando la morgue
se llene de cadáveres”; “Se van a acumular, como en una novela apocalíptica,
cuerpos en las calles”. Afortunadamente, por otro lado, hay un compromiso tan
fuerte de tanta pero tanta gente que mi angustia se transforma en un amor
profundo por la humanidad.
Y así me quedo volviendo a escribir mis poemas; a releer
esos libros que me transforman: “Regreso a la montaña”, “El zen del té”, “La
novena revelación”; a escaparme en las bios de tantxs artistas que me inspiran; a las páginas de tantxs autorxs que enmarcan nuestro andar
constante; a desear que llegue mi primera
clase de ukelele; a escuchar tantas discografías o los playlist que hice, y ahí sí que me dejo ir, y pienso,
repienso mucho más.
Pienso, primero, en el estigma que empiezan a cargar quienes son positivxs del coronavirus, esa tremenda necesidad de discriminar a quienes solo son víctimas, como el estigma que –créase– aún cae con tanta saña en quienes viven con VIH; pienso en el encierro de quienes están privadxs de la libertad y hacinadxs en celdas; pienso en quienes no se animan a ser lo que deberían ser; pienso en quienes están más pendientes del “qué dirán” que de lo que quieren; pienso en los placares abiertos de tantas sonrisas nuevas y de tantas sombras que se esfumaron por esa luz al animarse a la visibilidad; pienso en la importancia del abrazo, del silencio, del escuchar, del aceptar las diferencias de quien es distintx; pienso en que aún podemos hacer un mejor mundo, un mejor país, una mejor ciudad, un mejor pueblo o barrio, una mejor cuadra. Pienso en el arte como un gran recursero para “sobrevivir” a un encierro temporal. Porque ahí, en el arte, hay una energía que no puede detener un aislamiento.
Diego Tedeschi Loisa
* El equipo de Tahiel Ediciones hizo una convocatoria para escritorxs, a principios del aislamiento, y seleccionó un texto mío, que se publicó en Diario de una cuarentena. Historias que abrazan el caos.