miércoles, 18 de diciembre de 2024

Dibu (a las 14.42.22)





Bilardo había dicho, en muchas oportunidades, que un equipo que venía con racha ganadora podía tener un traspié en una final si la mañana del partido decisivo sus jugadores se levantaban con flojera, con dudas. Mal. Y que un equipo con menos posibilidades tenía la gran oportunidad de ser campeón si sus jugadores se levantaban distintos, con alegría. Bien.

“Es caprichoso el azar” ha cantado Serrat; aquello que “ocurre en discordancia con las causas que debieran producirlo”, como ha pregonado Aristóteles. Eso tan natural que prefiero llamar “causalidad”, a partir de una sincronicidad de las cosas. Ese “cuando los planetas se alinean” que tanto se repite. “Yo estaba donde no tenía que estar, y pasaste tú como sin querer pasar, pero prendió el azar semáforos carmín, detuvo el autobús y el aguacero hasta que me miraste tú” derrama en la canción el juglar de Cataluña. Es tan caprichoso que logró que por un mundial de fútbol las familias, las amistades y compas volvieran a juntarse para ver y para disfrutar (y por qué no para sufrir) las instancias decisivas de un torneo que Argentina no ganaba desde 1986; aquel mundial que vio brillar a Maradona, con sus históricos goles a los ingleses.


Esta final, en diciembre de 2022, logró que la grieta, que venía desde (me atrevo a decir) 2008, y que se había acentuado luego del 10 de diciembre de 2012, con desazón en la población, y la caída de los salarios, de las oportunidades, de un crecimiento, desde que en 2016 o 2017, la realidad se puso cada vez más turbia, y las familias, las amistades y compas empezaron a agrietar sus vínculos por estar en una o en la otra vereda de los pensamientos y de los sentimientos, respecto de quienes dirigían el país, parecía volver a unir todo lo que se había agrietado mal. Para bien.


Tito repetía que el peronismo había gobernado la provincia de Buenos Aires, desde el advenimiento de la democracia, a excepción de los cuatro años que lo hizo Cambiemos. Y no entendía, repetía, cómo un partido que hablaba de igualdad de derechos y de justicia social, no había resuelto, “¡en treinta y dos años!”, un sistema cloacal, con agua potable, con seguridad plena, con iluminación en todos lados, con pavimentación en ciudades del conurbano donde una tenue lluvia hace germinar, en un soplo de vida, un lodazal por el que se hace hartamente dificultoso transitar para ir al trabajo o a estudiar. Treinta y dos años, y solo planes para garantizar cuestiones elementales (que no es poco), pero no mucho más. Luisa le repetía, hasta que dejaron de verse en las reuniones familiares, que se habían  creado universidades, que se habían logrado derechos de igualdad, que el Estado estaba presente en cada lugar, que había un Estado sensible. Y Ale insistía, en su grupo de wasap, donde estaba Luisa, que como mujer trans tenía la posibilidad de tener un documento que reflejaba su identidad autopercibida, pero que las posibilidades de encontrar un trabajo estable, como el resto de la población, nunca se daban. Y entonces, Mariela, en sus redes, decía que la presidenta era una chorra (a pesar de que hacía siete años que no era presidenta), sin argumentos, sin espíritu crítico; simplemente porque tenía la TV encendida todo el día, y todo lo que se repetía durante la jornada iba calando hondo en su sien; terminaba creyendo que eran sus propias opiniones y sus propios deseos. Y Emi gritaba que el grupo en el que estaba, en su barrio popular, lo obligaba a ir a las marchas, y que si no lo hacía se quedaba sin su plan, o tenía que pagar a quien fuera en su lugar. Y lo amenazaba un grupo de izquierda, popular. Y Marce, que siempre que la derecha gobernaba, el ajuste lo pagaba el pueblo; nunca los que tenían más riqueza. Entonces, la grieta se potenciaba, y ya no era River-Boca o Soda-Redondos, era algo que latía furioso y que tampoco mejoraría con la pandemia, ni cuando se liberó el aislamiento obligatorio que tuvimos desde marzo de 2020. Pero había un nuevo mundial de fútbol. Eso sí.


Argentina era uno de los equipos candidatos al título. Venía de lograr la Copa América en 2021 y la Finalissima, unos meses antes de Catar. Y estaba “Lio”, Leonel Messi, que tendría una nueva oportunidad de mostrarse al mundo como la figura que era. Y no estaba más Diego, que había partido del mundo de los vivos, para entrar en el campo de juego de las estrellas del cosmos, con Distéfano, Cruyff, Pelé, Garrincha… Y entonces, como había pasado en el de Argentina, en 1978, el pueblo se unía para apoyar a la Selección, para alentar (a pesar de la dictadura genocida que gobernaba; a pesar de los secuestros y de las desapariciones); lo mismo que había pasado cuando en México 86 la Selección fue escalando posiciones hasta ser considerada (a pesar de tantas críticas, que cuestionaban a Maradona y pedían la cabeza de Bilardo, meses antes) con posibilidades de llegar a la final (que finalmente ganaría ante Alemania). Ahora era Lio, otra vez (que también había sido altamente cuestionado), quien tenía grandes chances de llevarnos a la gloria, acompañado por un plantel de potentes jugadores, con el liderazgo del amado y nunca vencido Ángel Di María, que comandaba otro Lio, Scaloni.     


A diferencia de aquellas copas mundiales, donde Argentina lograría el campeonato, el debut ante Arabia Saudita fue trágico. Era un partido de fútbol, pero la tragedia se viste de muerte en una derrota en un debut mundialista. Y mucho más en un país como Argentina. Sin embargo, no hubo grieta en la gente. Había esperanza y había un equipo que había conquistado dos copas y que tenía a Lio. Y a pesar de tanta grieta, el fútbol comenzaba, con los triunfos que vendrían en los siguientes partidos, a acercarnos mucho más. Entonces Tito y Luisa volvían a juntarse para ver los octavos, invitaban a Emi, a Ale, a Mariela y a Marce para ver los cuartos y la semi. Y las charlas en la carnicería, en la panadería, en la oficina, en una cola, en la facultad, volvían a unir al pueblo en un solo grito: “Vamos, vamos Argentina. Vamos, vamos a ganar”. 

 

El domingo 18 de diciembre de 2022, a las 14 horas, 42 minutos y 22 segundos, el mundo se detuvo. Recuerdo aquella película que refleja la historia de la transmisión radial de Orson Welles, la noche de Halloween de 1938, que aquí se conoció como “El día que se sembró el pánico en Nueva York” (o por lo menos así la recuerdo), que generó terror en la población ante una invasión extraterrestre. La transmisión más famosa de la historia fueron sesenta minutos de una recreación de la novela La guerra de los mundos. El poder de los medios siempre es letal: generó desbordes, paranoia, angustia, desolación. Aquí, desde Maimará hasta Tolhuin; desde Guasayán hasta Chimbas; desde Huiliches hasta Ubajay; desde Clorinda hasta San Martín, Morón, Santa Brígida y Barracas, Barrio Norte, Caballito Ciudad Evita, la villa 31, la 1.11.14  y Mataderos, a esa hora, se paralizaron los corazones y algunos subieron hasta la boca, la respiración se ralentizó, se secaron las gargantas, muchas manos cubrieron sus rostros, otras se tomaron de la cabeza, el silencio abrazó todo el territorio, alguien -al ver el reloj en tiempo extra y conocer sobre las especulaciones que los equipos suelen hacer para asegurarse una definición en tiempo suplementario o en una definición por penales- aprovechó para ir al baño a derramar toda el agua, el mate, el fernet, la cerveza o el vino que lo acompañó durante esos quince minutos finales de tensiones y de ahogamientos. Solo un grito estrepitoso de los relatores de la radio y de la televisión quebró la aparente paz reinante, con un unísono: “¡Dibuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!”.   





En 1978, el estadio de River tuvo dos instantes de silencio sepulcral, aquel frío 25 de junio. El primero fue al final del primer tiempo de la final ante Países Bajos. El Pato Fillol le tapó con toda su inmensidad el gol al delantero Resenbrink; al final del segundo tiempo, cuando el reloj marcaba 45:15, el mismo jugador estrelló la pelota en el palo derecho de Fillol; un minuto exacto después, terminó el partido. Hubo tiempo suplementario y todo ya fue historia: primera copa mundial para una Selección Argentina. Ahora, a las 14 h, 42’, 22’’ (si sumamos estos números da 78; si vemos el gol de Enzo Fernández a México, en el partido decisivo de la etapa clasificatoria de Catar, fue a los 86’; ¡es caprichoso el azar!), el mundo se paralizó porque no era el final ni del primer tiempo ni de la segunda etapa. Era el tercer minuto extra que se jugaba del segundo tiempo del suplementario: 122 minutos con 40 segundos del partido final ante Francia. Como escribió alguien: “No existe en el planeta un director de cine que pueda plasmar en imágenes esa escena que a punto estuvo de ser macabra”. Sin embargo, instantes después, habrá un contragolpe argentino: recibirá por la derecha Montiel (el mismo que con su pie derecho le dará el triunfo en los penales a la Selección), quien le tirará un centro a uno de los goleadores, Lautaro (el otro es Julián, que le hizo un tremendo gol a Croacia, en semis, arrastrando todo a su paso, como el segundo de Kempes a la entonces denominada “Holanda”, en la final del Mundial 78), quien dentro del área y solo frente al arco intentará cambiar el palo del destino con un cabezazo que termina mal. La pelota saldrá, habrá un efímero ataque molesto de Mbappé (eludirá a tres jugadores —a dos dentro del área, que evitarán rozarlo— hasta que Dybala —que está muy lejos— activará su giratiempo y derramará la pelota hacia afuera); todo esto segundos después del momento que la Argentina se paralizó; segundos antes de la pitada final.

Randal Kolo Muani, quien en la definición por penales anotaría su tiro (el cuarto penal, previo al último de Argentina), había tenido la gran oportunidad de eclipsar el festejo argentino; ese sueño de vida que tiene todo jugador de darle a su Selección, con su gol, el festejo de un título mundial; la posibilidad de distraer, incluso, que se hablara de Messi o de Mbappé. De ese Mbappé campeón del mundo 2018, estrella, autor de los tres goles de esta final, con los que Francia había logrado empatar, luego de un comienzo demoledor de la Selección nacional, y además autor del gol en el primer penal de la definición. Pero Muani no pudo ser la estrella del partido que todos cubrieran en una gran pila humana de festejo de gol, o al que levantaran en andas para que saludara a un estadio que estaría glorioso de sacudir banderas rojas, blancas y azules. Muani había desperdiciado esa gran oportunidad, quizás la mejor de su vida como jugador, a las 14:42:22 (hora de nuestro país). A esa hora exactamente (y un segundo después también), la grieta directamente se esfumó, como los globitos que provocan las gotas de lluvia en las baldosas. Hubo un instante, que fue milimétrico, que condensó ahogo, manos a la cara, a la cabeza, dolor en el pecho, un cierre de ojos, una mirada hacia la nada. Los fantasmas de Italia 90 y de Brasil 14, las desgracias de EE.UU. 94 y de Alemania 10 se hicieron piel. Había despejado Otamendi y el francés Konate controló la pelota en el medio del campo. La tiró de nuevo a la olla crepitante del ataque galo, mientras el defensor volvía. El balón pasaría sobre él y se iría abriendo hacia los pies de Muani. Si Dibu sale, se la tira por arriba. Si se queda muy atrás, el delantero la controla y le revienta el arco. Muani, en ese microsegundo, casi 22, provoca que el banco de suplentes de Francia se precipite, como en cámara lenta, hacia el campo (como habían hecho al festejar el 2 a 2). Alrededor de ocho jugadores hacen entre uno y dos metros, pero a las 14.42.22, solo se quedan, con el resto, tomándose la cabeza (“Nace una flor, todos los días sale el sol”, pero no será para Francia) porque en esa ráfaga de microsegundo, Dibu decide quedarse a término medio, parado, para que su tentáculo izquierdo inferior sea la barrera definitiva. “No quieran saber, no le pregunten a nadie” salió de mi voz sin sonido, a lo Víctor Hugo. Ese instante abrió otra vez el flujo de oxígeno en las mentes y echó a andar la sangre por cada recoveco de los cuerpos. A las 14 horas, 42 minutos, 23 segundos, con un grito de ahogo a lo Joe Cocker, en el final de “With a little help from my friends”, luego de que el pibe de Mar del Plata, con la casaca verde 23 que, según dicen que dijo, jugaba al hándbol de niño (lo que justificaría, de alguna manera racional, semejante tapada), extendió piernas y brazos (como aquel Fillol del 78), en esos 22 segundos de los 42 minutos de esas 14 horas, y dibujó nuevamente, un segundo después (como lo haría al atajar dos penales en la definición posterior), las sonrisas y los gritos de felicidad, y más ahogos a lo Cocker, que se volvieron abrazos, gritos y festejos celestes y blancos ganando las calles, en quienes nos dejamos ir en otro aliento mundialista sin grietas -por ese día- para levantar la tercera copa mundial con la Selección. 







miércoles, 29 de marzo de 2023

Mucho más que dos

 Mucho más que dos





Y si yo puedo abrir un camino,

voy a hacerlo, voy a hacerlo, voy a hacerlo.


Celeste Carballo




En 1989, durante la emisión del programa televisivo Imagen de radio, que conducía Juan Alberto Badía; quien junto con Graciela Mancuso y Tom Lupo fue de les esenciales comunicadores que dieron espacio siempre a lo que se conoce como “rock nacional”, en los distintos programas que tuvieron en los años 70 y 80. Beto, quien ya había llevado adelante Badía y compañía, durante seis años, todos los sábados desde el mediodía hasta las 22 horas, con lo más variado de nuestra música, de nuestres artistas, de la cultura argentina, pensó en un nuevo formato, donde la gente podía observar (algo tan frecuente hoy con los streaming y con la virtualidad) cómo se hacía radio. En uno de esos programas, aparecieron Sandra Mihanovich y Celeste Carballo. Se habían animado a conjugar lo más baladístico con lo más rockero, lo más blusero con lo más pop de cada una, y esa sociedad había generado Sandra y Celeste y la grabación de un álbum: Somos mucho más que dos. Sin embargo, dudaban en juntarse -según referían en uno de los programas de uno de sus espectáculos- porque venían de distintos espacios artísticos y no sabían cómo tomarían sus fans esta fusión; algo que es muy frecuente en artistas internacionales; algo que comenzó a efectuarse con las entregas de los premios Gardel a la música argentina, en el siglo XXI: Pappo y Daniela Herrero haciendo “Juntos a la par”; Sandra Mihanovich, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu y Claudia Puyó interpretando “Mientras miro las nuevas olas” de Serú Girán; Abel Pintos, Cazzu  y Gustavo Santaolalla con “Solo le pido a Dios” de León Gieco; Patricia Sosa y María Becerra con “Endúlzame los oídos” y “Acaramelao”.

    

Quienes seguíamos a Sandra, estábamos convencides sobre su orientación sexual. Esas canciones, como “Puerto Pollensa”, “Quereme… tengo frío”, “Puente invisible” y “Vos, yo, uno más uno” (de la gran Marilina Ross, otra hermosa artista que con los años se visibilizaría también como lesbiana), “Todo sin vos” (que en otra voz fue el tema principal de la película Otra historia de amor, icónico filme sobre una historia entre dos hombres -dirigida por Américo Ortiz de Zárate-, “Desnudar nuestros deseos”, “Por qué”, “Nacer de nuevo”, “Hagamos el amor”, “Todo me recuerda a ti”, “Te quiero cuidar”, “Quereme por un rato así vivo mañana”, “Ahora tengo que pensar un poco en mí”, “Sola en mí”, “Dame más, quiero más”, “Soy lo que soy”, y varias de Cece como “Seré judía”, “Es la vida que me alcanza”, “En el paraíso”, “Poner el cuerpo”, “Una canción Diferente” eran mensajes que nos hacían sentir que no estábamos en soledad, a pesar de estar en democracia. Muchas de las letras de Cece rozaban ese lugar también: “Ahora estoy en libertad” (“Creo que estoy en libertad para sentir y para amar. Creo que tengo lo que pedí. No me lo dieron. Yo lo conseguí”), “Mi voz renacerá”, “Es la de todos mi voz”, “Una canción diferente”, “Es la vida que me alcanza”, “Sabemos que vuelvo pronto”, “Buscábamos vida”, “No me voy a olvidar”. Como dicen las compañeras lesbianas: “Lo que no se nombra no existe y lo que no existe no tiene derechos”. Para las leyes de la igualdad (Matrimonio igualitario, Identidad de Género, Cupo Laboral Trans) faltaban muchos años, mucha lucha, mucha militancia, muchas pérdidas en el camino. Pero en cuanto a la visibilidad, ya había mucha gente que se animaba a salir del placar de los miedos. Y en aquel programa, aquella noche, cuando Sandra y Celeste visitaron a Beto Badía, para cantar algunas canciones y para promocionar el hermoso disco (que tenía canciones de Cece, de Mario Benedetti con música de Alberto Favero, de Bob Marley, de Litto Nebbia y producciones de Raúl Porchetto y Pedro Aznar, por citar algunes), Celeste le puso voz a lo que todes queríamos escuchar, y visibilizó la orientación sexual de ambas que en ese entonces eran pareja: imagino la placa de Crónica TV: “Sandra y Celeste son lesbianas”; no sé si la hubo, aunque todos los medios recogieron aquel enunciado que en la pantalla la tenía a Sandra confirmando ese orgullo de lo que manifestaba Cece, desde su silencio y, ya lo contó muchas veces después ella misma, de sorpresa.





Sandra y Celeste duró tres años. Eran tiempos donde no era muy frecuente -y se criticaba mucho- que estilos diferentes compartieran producciones, pero antes del disco, se animaron con el espectáculo “Sandra, Celeste y yo”; ese “yo” era la artista y astróloga Ludovica Squirru. Fue un éxito y las cantantes grabaron el álbum: Somos mucho más que dos. “Mientras estoy cantando” era una declaración de amor (¡¿entre ellas?!, me preguntaba entonces; algo que confirmé cuando las vi en vivo); la cantaba Sandra y la había compuesto Cece, que tocaba el piano. Es una de mis preferidas del dúo: “Cuando estoy cantando una canción, las palabras de amor son para vos. Un poco más de imaginación y vuelo donde estés y me abro en dos”. El gran éxito fue “Te quiero” de Alberto Favero y Mario Benedetti que no hablaba de un amor lésbico ni lgbt+, pero tenía la fuerza de ese “mucho más que dos”; algo que ya había hecho Sandra con la canción “Soy lo que soy”: tema del musical La jaula de las locas, que hablaba de ser lo que cada une fuera. Y Sandra, que en la tapa del álbum con el título homónimo salía desnuda (su pelo tapaba sus senos) decía que el tema, a meses del retorno de la democracia, era un himno de libertad. Es claro que tampoco se hubiera dado la posibilidad de visibilizarse: eran tiempos de muchas persecuciones a nuestra comunidad -había razias constantes en los pubs y en las discos de la comunidad lgbt+, y estaban en vigencia los edictos policiales, cuyos artículos 2H y 2F criminalizaban a nuestras identidades y orientaciones: vestir prendas contrarias al género, y escándalo público e incitación al acto carnal, respectivamente-, y eso hubiera reflejado un traspié en su carrera (como le sucedió a Boy George, el cantante de Culture Club, en los 80); el placar resguardaba a artistas que recién con la consagración se animarían a manifestarlo, como Ricky Martin, Elton John. De todas maneras, ella se animó a grabarla, como también grabó muchas canciones de los musicales de Pepe Cibrián Campoy (otro referente del arte que era visible como gay), con quien además trabajó en la comedia musical Aquí no podemos hacerlo. Otros bellos temas de ese disco con Cece fueron “Sabemos que no es fácil” (“Vos y yo, vos y yo, estamos empezando a ser vos y yo. Vos y yo, vos y yo, sabemos que no es fácil ser vos y yo”), “Algo bueno para darte” (“Ya no busco soledad, mi piel está en tus manos. Ya no sueño algo más, te siento, estás temblando. Te estoy amando, te estoy amando, te estoy amando. Tu silencio, no es silencio, de tan esperado, y en mi cuerpo este momento estamos festejando”), “Están los recuerdos” (“A mi adolescencia la viví en silencio y el futuro, el milagro que me sacó del secreto”) y “No woman, no cry”, que popularizó Bob Marley & The Wailers, que versionaron como “No llores más”. Esa canción, justamente, fue un punto de quiebre durante una interpretación del dúo en un festival de corte político. Durante la campaña a la presidencia en 1989, el rock participó en una serie de conciertos por el país en contra de la candidatura de Carlos Menem y a favor del radical Eduardo Angeloz. En el concierto de Ciudad de Buenos Aires, en el estadio de Ferro Carril Oeste, actuaron Charly García, Luis Alberto Spinetta, Man Ray (con Hilda Lizarazu), La Torre (con Patricia Sosa), Virus (ya sin Federico Moura), Los Pericos, KGB, Los Ratones Paranoicos, Daniel Melero, entre otres artistas, y Sandra y Celeste. Fue claro que el machismo cis patriarcal empezó a molestarlas, con cánticos homoodiantes y violentos. Estaba presente y me molestaba demasiado porque estaban haciendo un show tremendo. Ellas siguieron con su repertorio hasta que comenzó a sonar “No llores más” y el público hostil comenzó a tranquilizarse, a escucharlas cantar y a cantar con ellas el estribillo. Tanto fue que cuando cantaron “Y porque somos pareja que sabe que no está sola. Te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país la gente viva feliz, aunque no tenga permiso. Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos. Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos” arrancó un marcado aplauso de reconocimiento a la valentía, que coronó un concierto que dejó claro que el amor vencía al odio.     



Ante el éxito que lograron, grabaron Mujer contra mujer, un gran disco con una icónica tapa; que contó con canciones de Cece (“Karmático”, “Sin Margarita Yourcenar”, “Un sueño profundo”, “Amelia por los caminos”), Joaquín Sabina (“Corazón de neón”), María Elena Walsh (“Barco quieto”) y José María Cano (“Mujer contra mujer”, que ya la había versionado con su grupo Mecano en España), y la participación de Fito Páez (producción y teclados en “Mujer contra mujer” y autoría en “Yo prefiero solo amarte”), Pappo, David Lebón, Pedro Aznar (producción, instrumentos y coautoría en “Yo seré tu libertad”), Andrés Calamaro (producción, teclados, coros y autoría en “Una sola vez”), Charly Alberti, María Gabriela Epúmer, Ulises Brutón, Guillermo Vadalá, Jota Morelli, Claudia Sinessi, Lito Epúmer, entre otres, lo que las llevó a realizar más giras como el espectáculo “Sandra y Celeste no van a la escuela”, que contó con  la participación de les grandes artistas del under Batato Barea, Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta.


Tres años de resistencia y de visibilidad musical que se cerró también con la ruptura de la relación. Cada una siguió su camino artístico, que sigue desarrollándose hasta la fecha, con grandes discos: Todo brilla, Cambio de planes, Todo tiene un lugar, Sin tu amor, Creciendo, Honrar la vida, Vuelvo a estar con vos, en el caso de Sandra, y Chocolate inglés, Tercer infinito, Celeste Acústica, Celeste Acusticados, Celos, Mujer de piedra, en el de Cece. Y los respectivos EP: Si somos gente con la potente “Prohibido prohibir” de Eladia Blázquez y “Estoy en amor” (“Estoy en amor. Yo te doy lo que puedo dar. No me importa tu sexo, no me importa tu cuerpo ni tu edad”) de Mercedes Ferrer) -que grabó Sandra-, y Celeste en Buenos Aires con las referenciales “Tu amor es lila” (“Traías el peso, de los caminos y la fuerza para abrirlos conmigo. El mío violeta, tu amor es lila, y en sueños, ya nos dimos la vida”) y “La otra orilla” -que grabó Cece.


Los cierres de las marchas del orgullo en la Ciudad de Buenos Aires, de 2012 y de 2013, las tuvo como protagonistas sobre el escenario “Carlos Jáuregui”, delante del Congreso. Cece lo hizo primero, Sandra un año después donde, además, cantó en vivo el tema que cierra cada marcha anual: “Soy lo que soy”, tema que volvió a interpretar otra vez, junto al conductor, actor y músico gay, Jey Mammón, que la acompañó en piano y voz, en el final de la Marcha del Orgullo de 2022.


Aquella unión artística, aquellos discos, aquella declaración, aquellos recitales de Sandra y Celeste, fueron un símbolo de visibilidad y de libertad para tantes que en esas épocas todavía temían animarse a decir con orgullo (y a vivir como) “Soy lo que soy”.


Diego Tedeschi Loisa


* Texto solicitado por el Archivo Nacional de la Memoria LGBT+ para su página web. Marzo de 2023.







Un beso que fue todo

 Un beso que fue todo





“Las gordas”


En julio de 1994, quienes formábamos el Grupo Nexo, publicamos el n.º 9 de la revista Nexo. Hacía cuatro meses que me había sumado a lo que en pocos meses se transformaría en la asociación civil Nexo. Aquel número, al que llamamos cariñosamente el número de “las gordas”, tenía en la tapa una foto de 1931, de Brassaï, “A couple at the homosexual ball at Magic City” (que en segundo plano tenía a una pareja de hombres que, como las damas de adelante, estaban pegades en un baile). Desde hacía algunos meses, incluso antes de sumarme, un gran fotógrafo colaborador de la revista, les proveía material para la tapa: Víctor Palacios; eran torsos desnudos (sin rostros), algunas imágenes semioscuras de los culos, piernas, brazos, cuerpos entrelazados. Eso “vendía” y era lo que sostenía Adolfo Nusynkier, el director ejecutivo de la revista y presidente de Nexo. Y era una verdad a medias: el contenido y la agenda con la data de los lugares lgbt+ y los clasificados de “Contactos” eran la frutilla, pero eran épocas donde poca gente era visible, nos perseguía la policía, estaban los edictos policiales (que se llevaban a las compañeras travestis y trans en cana, y a cualquiera que no estuviera vestido acorde a su “sexo”), y las razzias y detenciones estaban a la orden del día. Así que escaseaban las publicidades, a no ser que fueran de espacios de la comunidad: Luis Delfino de la disco Contramano, y Adolfo Adaro y Pedro Cutuli del pub Teleny apoyaban este nuevo emprendimiento (“Nexo revista”, como se la nombraba entonces, era una continuidad de Confidencial, otra revista de una comunidad en crecimiento, que había tenido once números, y dirigían Karina Urbina y Marcelo Ernesto Ferreyra, hoy dos activistas lgbt+ que entraron en la historia del movimiento, y la periodista mexicana María Amparo Jiménez -que hacía una Confidencial en Costa Rica-) que tenía (y tuvo) mucho para ofrecer.

Ese número de “las gordas” era impresionante, de los materiales más completos que habíamos hecho hasta ese entonces: “Contranatura” era pararnos frente a las opiniones homoodiantes del presidente Menem; “Una necesidad de inclusión social” era un llamado a la igualdad de derechos: entonces, pedíamos por una unión civil para nuestra comunidad; dedicábamos un especial de la memoria al Frente de Liberación Homosexual (FLH) con el texto “Sexo sí, colonia no”; el espacio de arte era una galería con las producciones del gran David Hockney; nos aventurábamos a criticar lo que la tv reflejaba sobre nuestra realidad en “Zona de polémicas”, y como siempre aportábamos mucha información en lecturas, relatos, espectáculos y la agenda con toda la data de nuestra comunidad. La revista no vendió casi nada. 



La revista en los kioscos


El número 10 y los siguientes fueron como pedía Adolfo: otra vez cuerpos o partes de cuerpos hegemónicos que propiciaban que la revista se vendiera y muy bien. Como cité antes, en esa época era complicado conseguir anunciantes, y la mejor publicidad que teníamos era que la revista se exhibiera en los kioscos de diarios (primero, en torno a las avenidas Santa Fe y Pueyrredón; luego, por avenidas Corrientes, Rivadavia, Córdoba, Callao, las estaciones de subte y de todos los ferrocarriles (trabajo constante que hacían el actor y amigo del grupo Juan Maiztegui; el compañero José Luis Hussein, y alguien que luego se transformaría en una pieza clave del grupo: Enrique Tagliafico). Era un lujazo y me avergonzaba un poco -a partir de mi participación, desde el número 7-, que la revista se exhibiera en los kioscos tan frontalmente. La veías a media cuadra: blanco y negro, y la cinta roja por el vih; eran épocas muy crudas, con una “pandemia del sida” que se venía cobrando muchas vidas: la de tres compañeros del grupo en pocos meses. Por eso Nexo tenía una especial sección sobre prevención y asesoramiento sobre vih-sida: “Nexo +”.

Por un tema de legalidad, tuvimos que cambiar el nombre de la revista. Así que a partir del número 13, pasó a llamarse NX; con el tiempo le agregamos “Periodismo gay para todos” como subtítulo. No era fácil encontrar modelos que se animaran, aunque no fueran gays, a posar a cara descubierta en la revista. Solo sus cuerpos o partes del mismo. Entre ese número 13 y el 23, logramos -por acuerdos que se hicieron con otros espacios extranjeros gays o simplemente citando la fuente- poner fotografías con rostros, de los que denominábamos “chongos”; sabíamos que eso vendía y confiábamos que el contenido hablaba por sí mismo. Crecimos, se empezó a contratar a diferentes integrantes: Marcelo Frías fue el primero, luego el Jefe de Redacción y amigo Oscar Vitelleschi y yo empezamos a organizar la distribución con Enrique, y empezamos a percibir un sueldo. Los chongos de tapa nos hacían vender; los clasificados de los contactos (un Grindr muy artesanal de entonces) potenciaba la cantidad de avisos y de respuestas para conocer chicos. Ese crecimiento que costaba tanto sostener, avizoraba una nueva etapa: en octubre de 1994, habíamos propuesto la entrega de los premios Nexo artísticos y humanitarios. Y en 1995, para el segundo aniversario de la revista, organizaríamos una gran fiesta -al estilo de los Oscars-, y para lograr eso era importante hacer una tapa especial.



Alejandro Correa, amigo, fotógrafo, compañero


A Alejandro Correa lo conocí en algún momento de 1992, en el pub Bach bar (hermoso espacio que me acogió durante casi dos años, cuyo lema era “Lo clásico. Lo moderno”; donde conocí a Gonzalo -un gran actor, que era mozo del lugar, que se fue muy temprano de esta vida-; al gran activista José María Di Bello (que estaba en la barra/caja) y a Maiamar Abrodos -la relaciones públicas-, quien fue la que me conectó con Rodolfo Cormenzana (quien manejaba la agenda de Nexo cuando un viernes de marzo hablamos y a la semana siguiente me entrevistó Oscar Vitelleschi, el jefe de Redacción y mi gran maestro). Con Ale compartimos ese espacio de amistad con muches otros amigues (Guille, Claudia, Mariano, entre tantes) y un día Adolfo me cuenta que se va a sumar un chico que hace fotografías, que me conocía. Ale estudiaba o estaba por entrar a la Universidad de Avellaneda. Y luego de varias producciones para NX, le surgía la posibilidad de hacer la tapa del número aniversario. El Consejo de Redacción, que integrábamos con Oscar, el director editorial Carlos Mendes y Sergio Maulen, dimos el visto bueno. Sería un beso entre hombres; una idea que surgió como respuesta política a tanta persecución y censura (a pesar de los casi doce años de democracia) y porque en la fiesta de los premios Nexo pasaríamos un video con besos entre personas lgbt+ (hecho que se repetiría en cada fiesta de fin de año; inspirado en el corto final de la película Cinema Paradiso: queríamos mostrar lo que se había censurado y/o censuraba en el cine y en la tv.

En octubre de 1995, besarse en lugares públicos era grabarse a fuego un insulto, violencia, una detención policial por "herir lo moral'. Besarse entre personas lgbt+ "era un crimen". No había leyes que nos ampararan: faltaban quince años para que eso comenzara a suceder. Sin embargo, desde Nexo apostábamos a las transformaciones que impulsaba un activismo lgbt+ en crecimiento. Por eso, planificamos celebrar los dos años de la revista con una tapa que sería revolucionaria para esa época: un beso entre dos hombres.

Esencialmente en EE.UU., los 'Kiss-ins' (besadas) eran un acto de visibilidad, que se realizaba en el marco de las marchas y de actividades del Día del Orgullo; algo que comenzaría a hacerse años después en la Ciudad de Buenos Aires, para visibilizar el orgullo de besarnos en la calle, al finalizar cada Marcha del Orgullo. “Existe una acción militante en algunos lugares del mundo, que consiste en besarse públicamente en la boca, como respuesta a un acto de discriminación. Es fácil imaginar qué podría ocurrir en la Argentina si se llevara a cabo ese gesto. Seguramente, un beso en la boca entre dos hombres o entre dos mujeres, en la vía pública, causaría escándalo. Cuánto menos gris sería nuestra vida en común si no existieran mordazas a la demostración pública del afecto, en todas sus variantes. Es difícil atreverse. Por eso, nuestra tapa intenta decir algo más de lo que muestra”. El editorial de la tapa n.º 24 lo definía todo. Y esa tapa fue un cambio enorme en la historia de NX. Ver en los puestos de diarios ese beso fue un acto militante comunicacional revolucionario. Y Ale tomó la fotografía.



La producción de la tapa


Ale hizo la tapa. Participaron dos chicos: uno gay y otro no tan (o no lo tenía asumido entonces). Se les veía las caras de costado, en un primer plano: la foto se hizo en el salón principal de la redacción, en Virrey Cevallos y Belgrano, donde compartíamos el espacio con Gays DC (que lideraban Carlos Jáuregui y Marcelo Ferreyra; donde yo también participaba como activista). Ese beso fue todo. Esa foto es histórica. Esa foto dejaba también de ser una imagen entre dos hombres hegemónicos. Solo eran los rostros comunes y un beso. Y ese número vendió mucho. Y Ale comenzó a hacer más fotos, a hacer muchas fotos de tapa. Muchos modelos se animaron a posar (poníamos un mensaje que indicaba que posar no definía la sexualidad ni la identidad del modelo). Y la revista siguió vendiendo con muchas fotos de Alejandro, con muchas que hizo de los espectáculos que cubríamos para luego nominar candidates para los premios Nexo, y en actividades artísticas, sociales, culturales y de activismo. Su trabajo es tan enorme, que aún sigue desclasificando la cantidad de rollos de las fotos que tomó: a chongos, a transformistas, a militantes trans, travestis, lesbianas, gays, a actores y a actrices, representantes de la música, de la cultura, de los derechos humanos, de la política. Su trabajo siempre fue profesional. Siempre tuvo una mirada que no fuera solo carne para vender. Sus producciones hicieron crecer desde lo visual a la revista. Sumó a otres compañeres de la fotografía como Fanny Lovotrico y Pablo Gutiérrez. Eso impulsó que hubiera muchos anuncios, lo que abrió un espacio que manejó Enrique Vidal. En definitiva, aquel sueño de ser “un nexo entre la sociedad y la comunidad”, que había expresado Adolfo en la presentación de la revista en el pub Teleny, de un grupo que además integraban Héctor Schvartz, Pablo Rosales, Ernesto Baciala, Oscar Panizza, Leo Said, Fabián Ríos, Ricardo Vera, era el espacio comunicacional de la comunidad lgbt+. Poco después llegaría el dossier lésbico “La Zona”, “Nexo +” como espacio especial también, y una amplitud de miradas en el grupo, a partir de los vínculos con les referentes del activismo como Ilse Fuskova, Carlos Jáuregui, Lohana Berkins, el grupo de Lesbianas a la Vista, Nada Echazú, María Belén Correa, ATA (la Asociación de Travestis Argentinas) -luego ATTA, hoy ATTTA Red Nacional-, los encuentros en Paraná -donde hoy está Casa Jáuregui-, las históricas “Charlas de Tasmania”, y los encuentros nacionales de la diversidad de Rosario, Salta y Córdoba), que crecía como crecía el trabajo artístico de Alejandro.



Y la banda sigue activando


Luego del Encuentro Nacional de Rosario, de abril de 1996, empezamos a hablar de un movimiento. Quienes habíamos participado (el 90 % de las organizaciones lgbt+) estábamos muy felices y eso inundó la sede de Nexo y la redacción de NX, y pudimos empezar a corrernos de “la cuestión gay” para meternos de lleno en todas las voces, y empezar a entender que éramos tan distintos une del otre, lo que posibilitaba entendernos en las diferencias: en Rosario conocimos a un joven activista cordobés, hoy gran militante intersexual, Mauro Cabral Crispan, que nos pateó el tablero. Y la incidencia de nuevas masculinidades trans, de enaltecernos como “putos”, de reivindicar palabras que nos habían tirado siempre despectivamente, violentamente, ahora eran orgullo pronunciarlas como nuestras. La incidencia de las compañeras travestis, trans y lesbianas fueron un factor determinante en nuestra formación. Por eso, nació “La Zona”, el espacio lésbico que dirigía María Alejandra Ferradas, con la colaboración de Silvina Mestre, Laura do Santos, Silvina Bonezzi. 

Parece que todo fue en un chasquido de dedos. No. Llevó su tiempo. Como sostuvo Marcelo Ferreyra: “Los cambios no son de un día al otro. Hay que dar tiempo para que se asienten”. Afortunadamente, me topé con compañeros gays en Nexo que tenían una mirada profunda y muy abierta; que no perseguían cuerpos hegemónicos, aunque hubiera hombres tan hermosos que nos derretían; que sabían que una tapa con un chongo vendía, pero se enfocaban en todo lo que podíamos dar a conocer para abrir el debate, para mostrar una multibelleza; no única.

En 1997, Ale se sumó a un grupo gay que jugaba al fútbol y al tenis. En junio de 1997, yo había puesto un aviso, en la revista: “Fútbol Gay”, convocando a gays que jugaran al fútbol. A los pocos meses, éramos como treinta. El 23 de febrero de 1998, hace 25 años, Ale fue uno de los fundadores de Deportistas Argentinos Gays e integrante de la Comisión Directiva. Viajó a los Países Bajos, en agosto, con el grupo, para participar en los Gay Games de Ámsterdam: ambos éramos jugadores -él, arquero; yo, líbero-, e hicimos la cobertura también para NX: yo, los textos; él, una inmensa cantidad de diversidad en imágenes, que ilustraron una revista que hizo historia, donde sus fotografías fueron (siguen siendo) luz. 


Diego Tedeschi Loisa


*Texto completo, de uno más reducido, que me invitaron a escribir para acompañar fotografías de Alejandro Correa en un especial del n.° 9 de la revista Balam, de marzo de 2023.


miércoles, 30 de diciembre de 2020

De un Diego a otro Diego

 De un Diego a otro Diego*







Yo ya no existo sin pasado,

entre la oscuridad y la luz.

Yo sé que existo en otro lado…

 

Charly García & Claudio Gabis

“Maradona Blues” - 1994

 


Otro domingo de 1976, almuerzo familiar, la previa y el post en El Balón, de avenida Gaona y Bolivia. Mi hermano y yo, flan con dulce de leche y frutillas con azúcar, respectivamente, y con panchos en pan de pebete y esas salchichas tipo alemanas, a la tarde. Mi papá y sus amigos ”compañeros”, se llaman a sí mismos conversan sobre movidas que, entendería muchos años después, tienen que ver con panfletos militantes que van a arrojar en algunos lugares (desde algún auto por la noche); nombran a otros compañeros que se han escapado o que parece que han “chupado” (aunque esto será ya tirando a 1977-1978). Empiezo a entender (temer) sobre (a) los Falcon verdes y de que en la escuela no tenemos que contar nada de lo que se hable en casa; el permitido que me doy (junto con mis compañeritos) es cuando Domínguez, el don Efraín de la 24, se asoma en el aula y nos hace “la V” con sus dedos índice y mayor en alto. Todos respondemos igual, sin emitir una palabra y con enormes sonrisas cómplices.

 

Como cada domingo que juega el Bicho de local, nosotros vamos temprano siempre: nos gusta mirar cómo la hinchada se va juntando sobre Juan Agustín García, cómo hacen sonar los bombos y los platillos (para la gran campaña del 79, se sumará el bombo peronista y el citroën de mi papá, como escoltas de las caravanas de festejo a (y desde) las canchas visitantes, mientras escucho que un compañero de mi papá cuenta que pudo escaparse por los techos de no sé donde, porque había llegado “la pesada”: el grupo de tareas, los servicios –militares y policías–, que secuestraban personas (luego sabría que torturaban, mataban, desaparecían esos cuerpos: en 2005 escribí, para un libro de Las Madres justo en el momento que el Equipo de Antropología Forense identificaba a los cuerpos de Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Ponce, hallados en un cementerio de General Lavalle–, un relato sobre una experiencia que tuve en la playa de Santa Teresita a fines de los 70). Recuerdo a muchos de los amigos de mi papá porque siempre venían a casa a compartir asados y a despedir a compañeros que debían exiliarse con suma urgencia. Con ellos, que con los años se convirtieron en “tíos”, también íbamos a ver a Argentinos Juniors. Siempre nos cruzábamos con el tío Fito, que era padrino de Manzana, mi hermano, y en los entretiempos siempre nos compraba una coca (bebida prohibida en casa; por razones de salud, claro está) y hamburguesas (esas que en la cancha son mucho más ricas que las que descubriría mil años después en los fast-foods). Estaban “los de la hinchada”, amigos de la infancia de mi papá –había vivido en La Paternal hasta que se casó con mi mamá y se establecieron en Caballito–, quienes siempre le pasaban varias entradas. Después, la hinchada irrumpía casi cuando faltaban entre quince y diez minutos para que salieran los equipos al campo, al grito de “El Tifón de Boyacá”.

Como íbamos temprano, con Manzana nos poníamos detrás del arco que daba a la cabecera de la hinchada local, que en algún momento ocuparían Munutti o Quintabani; muchas veces, el tío Fito nos llevaba a la platea, sobre la calle Boyacá, para que estuviéramos más cómodos, especialmente en el 79, porque el estadio explotaba de gente que iba a ver al gran equipo de Argentinos Juniors. Me fascinaba mirar los árboles sobre la calle San Blas, ya que no había tribuna allí, a los que se subían los pibes a ver los partidos, y estaban a la espera de que cayera alguna pelota, por algún despeje o tiro bastante desviado, para volver a tirarla hacia adentro o para escaparse con ese preciado "tesoro", que era el mismo que buscábamos con mis amiguitos en la cancha de Ferro: la que no se mancha, a pesar del barro, del pasto, de las pegadas.

 

Ya habíamos visto a ese pibe hacer jueguito en el medio de la cancha, y lo disfrutábamos (aún sin entender mucho de fútbol) cuando jugaba en la reserva, pero se rumoreaba que ese domingo debutaría en primera. Yo había descubierto a Talleres de Córdoba y me fascinaba el juego que tenía y la alegría de su hinchada en cada partido. Aquel domingo de octubre, simpatizantes de la T habían llenado toda la larga tribuna que daba a la calle Gavilán. No paraban de tocar bombos, trompetas, matracas, y alentar a uno de los equipos que haría historia en el fútbol nacional: de hecho, la base de aquel equipo jugaría en la selección argentina de Menotti, previo al Mundial 78 (tres de ellos integrarían el equipo campeón). 

 

Ese 20 de octubre, con quince años, a diez días de cumplir 16, Diego Armando Maradona debutó en el Tifón de La Paternal. 

 

Me acuerdo de Munutti al arco; de Roma, Carrizo, Pellerano, Gette y Minuti (uno seguro estaba en el banco); del gran Carlitos Fren, del avión López, del goleador Bartolo Álvarez, de Ovelar, del Turco Hallar. En Talleres, del Hacha Ludueña, que hizo el único gol en el arco donde estábamos –detrás, contra el alambrado– mi hermano y yo mirando; de Valencia, Galván, Oviedo, Bravo, Quiroga; jugadores que harían historia en nuestro fútbol. Pero todos los ojos estaban puestos en el banco de suplentes. Allí, el DT Montes llamó al jugador con el número 16 en la espalda para que precalentara. Talleres arrazaba y Argentinos luchaba por no descender de categoría (aunque el torneo Nacional no tenía descensos, porque sumaba a equipos de las ligas provinciales, en un torneo corto y federal). Así que el pibe con el 16, que venía de jugar en un equipo de chicos, llamado Cebollitas, debutaba en la primera de Argentinos, con mucho entusiasmo y con tanta irreverencia que al toque le tiró un caño a uno de la T. Esa hermosa tarde de fútbol, Diego Armando Maradona nos traería sol pleno –durante muchos años– a un país que estaría sumido en el gris de la represión, de las persecuciones, de las desapariciones, de la tristeza, por casi siete años.

 

Yo era un nene, así que disfrutaba ver al Diego romperla cada quince días y en algunos partidos de visitante: en Vélez, en Ferro, en Huracán (recuerdo cuando le hizo a Borzi, a Carrascosa y a Fanesi lo que les haría años después al Pato Fillol y a Tarantini), en Atlanta, en mi querido Viejo Gasómetro de mi amado San Lorenzo (por suerte siempre le ganábamos: el Gringo Scotta jamás me defraudaba; y era la única vez que no me quedaba en la hinchada del Bichito, porque el gran estadio del Ciclón tenía un sector para niñxs al pie de la tribuna visitante. Allí, yo gritaba siempre los goles del Cuervo).

 

Meses después, en febrero de 1977, mi hermano prefirió ir al Italpark con mi tía y mi prima; yo, aunque estaba retentado, entendía que verlo debutar con la albiceleste sería único e irrepetible. Así que papá sacó platea (allá en lo alto de la cancha de Boca; supongo que como estaba acostumbrado a ver estrenos en el Colón desde el gallinero –mi papá trabajaba allí– no era tan complicado, y además tenía una vista de águila), y fuimos (me puse la camiseta de la selección que me había regalado mi mamá, y mi papá me compró un gorro; además de hacerme muchas fotos, que aún conservo). Esa tarde, Argentina le ganaba a Hungría 6 a 0, atajaba el Loco Gatti y Maradona cedía pases-gol, y nada importaba si no había anotado. Argentina iniciaba una maratón de partidos con vistas al Mundial 78, que se jugaría en nuestro país de “Derechos y Humanos”, según la Dictadura gobernante, y sus cómplices secuaces, cuando se sabía muy bien que la libertad estaba enjaulada y los derechos, enterrados. Un año después, Menotti dio la lista y Diego sintió que le cortaban las piernas por primera vez: el DT lo dejó afuera del Mundial; acto que redimiría en 1979 cuando lo llevó al Mundial Juvenil de Japón, donde la rompió y pudo festejar con el título de campeón. 

 

Maradona son imágenes constantes en la cancha, en las canchas: lo recuerdo en aquella definición, en cancha de Ferro, ante Vélez, sentado a mi lado en la platea (yo coladísimo con mis amiguitos del barrio estaba, en realidad, sentado a un par de butacas de él), cuando el Bicho perdió 4 a 0 y, por estar expulsado, Diego no pudo jugar esa semifinal; también en aquel partido por un aniversario de Argentinos, donde jugó con Bochini (su ídolo), con Gatti y con Quique Wolf, en cancha de Vélez, antes de irse a Japón; como hacíamos siempre en Ferro (yo iba los domingos, que no iba a La Paternal, a ver al Verdolaga) y saltábamos al campo para pedirles alguna canillera de regalo a algún jugador, esa noche en Vélez salté y Diego fue muy gentil al saludarme, cuando terminó el partido amistoso contra Talleres (donde jugaban figuras como Tarantini, Oviedo, Bravo, Valencia, Reinaldi, Ludueña): partido distendido que terminó con un 5 a 4 para el Bicho, pero lo que importaron fueron las paredes entre el Bocha y el Pelusa, que volverían a jugar juntos en 1986 cuando Argentina participara de la Copa Mundial de Fútbol en México, donde haría esos dos goles históricos y Argentina se consagraría campeón.

 

Aquellos sueños de gambeta (que jamás pude hacer en una cancha, pero que siempre pudieron hacer mi hermano y alguno de mis amigos de infancia) fueron mi alegría en los pies del Diego. Cuando vino de Japón, mi papá nos llevó a recibirlos –no recuerdo a dónde– y nos sacamos una foto delante de una gigantografía, que había en una camioneta, con una caricatura de Diego, vestido con la de la selección y con un chupete. 

 

Ir a la cancha era un ritual para mi hermano y para mí. No sé cuáles serán sus sensaciones, aunque recuerdo la alegría que nos daba ir a ver al Bicho, a Ferro, al Ciclón. Sí puedo afirmar que el Diego era algo difícil de describir para él, tanto que a su hijo le puso Diego por mí y “también por el Diego”; recuerdo su gesto al decírmelo.

Verlo a Diego en el campo era (visto desde mi perspectiva actual) como sentir a David Gilmour puntear en “Shine on you crazy diamond”, a Eric Clapton descollar en “River of tears”, o a John Anthony Helliwell en cualquier solo de Supertramp. Ese gol a los ingleses, el de “La Mano de Dios”, fue el placer que me da leer “Milonga de un soldado”, “Poema conjetural”, “Quiroga va en coche al muere” de Borges; y el otro gol, “El Gol del Siglo”, es dejarme atrapar en algún relato de Karen Blixen o en un cuento de Cortázar; en algún poema de Alfonsina Storni, de Olga Orozco, de Alejandra Pizarnik, de Dominique Salanz, o en un texto de Galeano o de Walsh.

Le vi hacer cosas en Argentinos solo comparables con alguna composición de Charly García, o con esos tangos de Gardel-Lepera; de Manzi, de Discépolo, de Piazzolla, o con el impacto que me dio ver el cuadro de Delacroix de “La Libertad guiando al Pueblo”, o cualquiera de Da Vinci, o con ese vino compartido a orillas del Maas,  o con la inmensidad del mar, o con aquel beso que aún permanece en mí. 

Imagino en cámara lenta a Maradona esquivando ingleses y en vez del relato de Víctor Hugo escucho en mi cabeza la parte del final de “El lago de los cisnes”, como desde el palco del Colón el día del estreno. Vi un rayo alumbrar un estadio a pleno sol cuando desde ese ángulo impensable la clavaba en ese otro ángulo impensable, y no era una o dos veces, sino tantas. Y me reía mucho cuando hacía arrastrarse a defensores y a arqueros, al estilo “Olé” del torero al toro, con su capa roja (aquí su camiseta roja), y encendía los ojos de cualquier simpatizante que estuviera viendo. 

 

Luego, pasarían Boca, Barcelona, el olvidable debut en el Mundial 82, Nápoles, los históricos mundiales del 86 y del 90, Sevilla, Newell’s, el deseo de verlo con la del Ciclón (donde dijo alguna vez que le hubiera gustado jugar), la frustración del 94 (la vez que de verdad le cortaron las piernas), Maradona DT en equipos y en la Selección. Pero aquel Maradona en la cancha, siempre tan brillante, tan lúcido con la redonda, tan extraterrestre, tan barrilete cósmico, allí, en ese maravilloso campo de juego, en su alfombra roja (verde), mágica, donde el genio podía hacer cualquier galantería, y donde tuve de esas oportunidades únicas al estar en el lugar y tiempo correctos, para verlo tan cerca entre 1976 y 1980, nunca se dormiría en mi arcón de los recuerdos, esos mismos que afloran ahora al escribir (no alcanzarían las páginas para seguir describiendo sus hazañas futboleras).

 

Como mi hermano jugaba baby-fútbol en el club Particulares, muchas veces pude ver a los hermanos de Diego romperla (especialmente al Turco), y a sus sobrinos, que jugaban donde él había jugado: el club Parque. Y como yo iba a ver al Bicho, reconocía al toque la presencia de la Tota y de Don Diego, de sus hermanas, de Claudia. Y algún día libre, Maradona se pasaba a ver algunos partidos.

 

En algún momento de 1978, mi papá se compró una cámara de fotos instantánea Kodak. En ese otoño, previo al Mundial, Maradona fue a ver un partido entre Parque y Particulares. Los martes y jueves, mi hermano practicaba, y ese martes 16 de mayo había partido, quizás para recuperar los que se habían suspendido el fin de semana por lluvia o tal vez algún amistoso. A veces, me quedaba solo en casa, me compraba una de muzzarella con fainá fría, una fanta naranja, y me perdía en la música. Ese martes frío, que no fui, fue Maradona, que ya pintaba figura internacional. Mi papá le pidió si posaba para una foto con Manzana que tiempo después jugaría con su hermano y con alguno de sus sobrinos; Diego dijo que sí, y esa instantánea, que pudieron ver en el momento, quedó para siempre grabada en mi memoria (en estos días me las mandaron mi hermano, desde Puerto Sagunto, y mi mamá). Pero mi papá estuvo rápido y le pidió un autógrafo para mi hermano y para mí. A Ed le puso algo sencillo. Supongo que porque ya tenía el mayor tesoro: una foto con él. A mí me regaló algo que aún conservo del mejor jugador de fútbol que vi en mi vida: sabía con los pies, tenía una energía increíble, iba al frente, colaboraba con el equipo (miren los últimos minutos de la final con Alemania en México), jugaba con el tobillo hinchado y negro (le dio el pase-gol decisivo a Caniggia ante Brasil, y comandó al equipo ante los tremendos Italia y Alemania, en las semifinal y final del 90), se enojaba, protestaba, era solidario con cualquier rival, se ponía el equipo al hombro, y era un ser de otro planeta con la pelota en los pies: pienso en las palabras de Valdano cuando Diego le dijo que mientras eludía a los ingleses, en el 86, antes de hacer el mejor gol de la historia (el brasileño Silas le hizo uno igual a River, jugando para San Lorenzo, en el Monumental..., pero no era Diego) lo veía para pasarle la pelota, pero sentía que no le daba el tiempo más que para resolverlo como lo hizo. El tipo eludía ingleses y veía que estaba su compañero en una excelente posición para recibir y para anotar, pero la velocidad que llevaba y las guadañas que le tiraban hicieron que lo definiera como lo hizo.

 

¡Ah, sí!, a mí me regaló su estampa, con letra imprenta clara: 

 

PARA DIEGO

CON CARIÑO

DE UN AMIGO

EL OTRO DIEGO

 

Su firma, debajo; “MARADONA” como aclaración, y el 10 entre paréntesis: (10).




Diego Tedeschi Loisa


* A fines de diciembre de 2020, se presentó Pelusa, un libro homenaje a Diego Maradona, edición e-book de En el Jardín de la Casa de Román, coordinado por Hernán Casabella y Jorge Hardmeier.

Hay muchos textos de muches autores entre los que seleccionaron un texto mío.

Dibu (a las 14.42.22)

Bilardo había dicho, en muchas oportunidades, que un equipo que venía con racha ganadora podía tener un traspié en una final si la mañana de...